NAVIDAD EN PLUMA.

Escuchando villancicos trato de ambientarme a cuatro días de
la Navidad. Para mí y el par de galanes que me acompañan, será una semana
peculiar; este año no hicimos maletas ni tuvimos que levantarnos temprano para
tomar un auto que en medio de dos horas de náuseas y curvas en medio de una
vegetación ausente nos llevará a Tarapoto. No tuvimos que bajarnos del auto,
subir al mototaxi que nos lleve al aeropuerto y abordar el vuelo que nos lleve
a Lima.
Este año, la tradición familiar que ha tenido algunas pausas
entre matrimonio, gestación, tratamiento médico tuvo otra pausa ya que no
pasaremos la Navidad ni el Año Nuevo en Lima con los padres, abuelos, tí@s,
prim@s, sobrin@s y las nuevas integrantes de la familia que nacieron hace
algunos meses.
Este año, no hubo el peregrinaje a las tiendas de Lima en
medio de compradores de última hora. No envolveré regalos para tooodos…Este año
decidimos quedarnos en Moyobamba, en casa y una sensación entre triste,
relajada y de sentirme cual pluma que se deja llevar por el viento me invade.
¿Se acuerdan de cómo inicia y finaliza la película Forrest Gump?
Ahora les explico por qué me siento triste y casi como el
Grinch. El cumpleaños de mi mamá es el 25 de diciembre y siempre fue motivo de
reunión familiar y de uno u otro vecino que llegaba por allí. Con la llegada de
los nietos, el cumple pasó como que a segundo plano y fueron como los
protagonistas de todo e incluso de soplar las velas para ayudar a la abuela.
Los nietos crecieron, a excepción del mío quien es el único que se presta para
la gracia de la fiesta. Los mayores son adolescentes y pues ya da roche hacer
eso…jajaja.
El 24, osea la Nochebuena desde que me casé íbamos a visitar
a la cada vez más grande familia de mi esposo; osea mi familia legal. Es
curioso porque las Navidades en medio de las anécdotas, regalos hechos por las
tías, conversaciones entre primos y una cena con los aportes de cada una de las
matriarcas más una mesa presidida por mi suegro; le dieron una nueva visión a
mi grineshca forma de vivirla en medio de los apapachos de cada uno de ellos y
ellas.
Este año, tampoco hubo almuerzo en la oficina. Aunque lo hubo
pero más parecía una mesa con ghettos y conversaciones diversas entremezcladas
en medio de los wattsaps, selfies de tu plato y chistes malosos y a veces de
mal gusto con más de uno que se quejaba porque no lo dejaron comprar más
cerveza para que siga alegrándose o encontrando un sentido a su
existencia…desabrida, incómoda y triste encuentro.
Salvo por el fuerte abrazo que mi amiga “H” y yo no dimos
después de algunas semanas de no vernos. Ella está pasando por un tiempo
especial, al igual que yo. Y mi otra compañera, “J” quien cuando los comensales
se fueron, abrió su corazón a los que nos quedamos. Y es que las tres tenemos
varias preguntas y experiencias con el Señor de la Vida.
Extrañaré pasar fiestas con mi familia extendida. Que mi hijo
conozca y re conozca a sus primas y primos; ver a mis padres quienes en medio
de amarguras y desazones salen adelante.
Este año, nos quedamos y a ponerle pilas a mi hermana quien
anda en una mutación entre Grinch y el burrito depre de Winnie The Pooh, a mi
esposo quien dice “hay que hacer esto”
pero no dice cómo. Sin embargo, mi hijo está en modo #Navidad desde inicios de noviembre; él está entusiasmado y yo en
modo pensativo recuperando o cantando villancicos en mi oficina sin entusiasmo
navideño.
Todo esto y las canciones me llevan a pensar en la dimensión
de familia, si es Navidad cuando te quedas en casa porque andas Chihuan, si tu
desazón de no seguir la tradición no debe opacar ese espíritu del que todas y
todos hablan y de ese pesebre que alberga a un Niño Jesús que tal vez no tomaba
aviones o autos pero que sí desde pequeño hizo maletas para ir de un lado a
otro con la familia.
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Escuchando villancicos trato de ambientarme a cuatro días de la Navidad. Para mí y el par de galanes que me acompañan, será una semana peculiar; este año no hicimos maletas ni tuvimos que levantarnos temprano para tomar un auto que en medio de dos horas de náuseas y curvas en medio de una vegetación ausente nos llevará a Tarapoto. No tuvimos que bajarnos del auto, subir al mototaxi que nos lleve al aeropuerto y abordar el vuelo que nos lleve a Lima.
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